Y mi boca enmudeció,
dejando todos los sentimientos
agolpándose en mi pecho
como judíos camino de Auschwitz.
Y mis ojos enrojecieron,
pero no hubo lágrimas
con huevos para correr
todo el camino mejilla abajo.
Mi entrecejo se frunció,
y ese pliegue fue como el anuncio
de una tormenta de semana santa
que está aun por llegar.
Mis labios se sellaron,
y ese sello no dejó entrever
los dientes que, apretados,
rechinaban.
Mi cuerpo entero habló,
a pesar de que a lo único
que ya llegaba era a emitir
leves lamentos y susurros.
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