Domingo mañana.
Intimidad en el cubículo motorizado. Quizá sin esperar a nadie un conductor
menea sus manos a ritmo de rumba. Dedos índices inconfundibles apuntando a
turnos al cielo y a los flancos. Manos en asomo de bucle sin atreverse al
remolino, ráfaga de felicidad atisbada por una mirona casual. Domingo de Rastro
que empieza con un amago de libertad ajena. Porque sí, porque sí, porque sí.
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