Y al final todo es tan fácil que puede ser reducido a un beso y a unas palabras de amor susurradas al atento oído. En ese instante las mareas de aguas revueltas se precipitan por un providencial desagüe.
A mi hijo Miguel por regalarme esta sensación esta noche y no otra.
A mi hijo Ruy, compinche emocional de su hermano.
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